Siruela
A comienzos de la edad del hierro una comitiva real remontó el cauce del rio Anas desde las playas mas meridionales de Iberia con un doble propósito: entregar a una princesa Gaelica en matrimonio como forma de sellar un pacto político con las duras tribus del interior.
Con ella viajaba la elite aristocrática del pueblo Saephe, (el pueblo serpiente), que por aquel entonces habían conseguido instaurar la primera monarquía penínsular sobre un extenso territorio conocido hasta día de hoy con el nombre de Tartessos.
Lo que no podían saber aquellos caudillos barbaros señores de los ilimitados pastos meseteños y de sus ricas vetas metalíferas hacia los cuales se dirigía la princesa era que aquella alianza supondría tambien final de sus dinastías.
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Esta es una historia como cualquier otra, tal cual la cantaron los bardos y poetas durante muchas generaciones, pero yo conozco otra mejor pues esta floreciente mujer y yo habíamos mantenido una relación totalmente inapropiada para nuestros codigos desde el momento que alcanzo la pubertad, tres ciclos solares atrás. Ella era una de las princesas de Tarsis, yo poco mas que un remero.
Fueron años embriagadores llenos de embrujo en los que Bóreas, el viento del norte, inflamaba nuestro amor al amparo de las altas dunas, mas ambos sabíamos que aquello no podía durar. Nuestras vidas no tardaron en diverger desde el momento que la Sibila de Eritheia dictamino su destino alejada de las ondas oceánicas, en el remoto interior. Los dioses que una vez juntaron nuestros caminos jugaban ahora a separarlos de nuevo.
Pero como todo el mundo sabe los cuentos nunca son como empiezan sino como terminan y este cuento que aquí veis ante vos representado en el mas duro de sus momentos tendrá un final tan incierto como sorprendente.